Nombre original: Zig Zag
Reconocido como: Teatro, Biógrafo
Dirección: Libertad esquina Santo Domingo, Plaza Yungay
Arquitectos: desconocido
Año inauguración: 1909
Capacidad: desconocido
Teatro Zig-Zag
El sacerdote Fidel Araneda Bravo en sus Crónicas del barrio Yungay, describía que “hasta 1835 Yungay era una “verdadera villa o pequeña ciudad, dentro de la capital de Chile.” Pero para 1844 “muchos santiaguinos comenzaron a adquirir propiedades en la nueva población, que sería en poco tiempo urbana y de gran porvenir” (1972, Cap. VIII). Para 1844, “sus habitantes pasaban de seis mil. Ante este fenómeno demográfico, la autoridad eclesiástica creó la parroquia de San Saturnino, en Yungay.” Describe a otros de los primeros vecinos de la plaza. El sector alrededor de la plaza “se dividió en manzanas vendidas a precios irrisorios: don José Cumplido, por ejemplo, compró la quinta ubicada en Santo Domingo esquina de Sotomayor, en la suma de seis centavos la vara. En este sitio el señor Cumplido construyó sus casas con los adobes fabricados en la antigua Plaza Portales, después de Yungay o del Roto chileno” (1972, Cap. VIII). Otros propietarios de los otros sitios alrededor de la plaza, aparte del ya descrito Cumplido fue “la Novena Compañía de Bomberos, fundada en 1892 en la calle de Santo Domingo esquina de Libertad, frente a la Plaza de Yungay, por el vecino don Aniceto Izaga.” (1972, Cap VIII). Tres años después, la bomba se muda a calle Compañía.
Araneda continua: “Luego estaba la gran casa de don Carlos Manterola, casado con una de las hijas de don José Cumplido. Posteriormente estuvo en ese mismo sitio el célebre mercado “Los Paperos”, de propiedad del mismo señor Cumplido. Allí, en su residencia, los hijos de este progresista vecino de Yungay, que no fueron a la guerra de 1879, reunieron algunos obreros para formar una compañía, conocida con el nombre de “Los paperos”. Después estuvo en ese local el teatro Zig-Zag, y, finalmente, el emporio de una señora Cruz.” (1972, Cap X). No sabemos si es el mismo edificio, pero si estamos seguros que entre “1909 y 1910 surgieron por lo menos 15 salas de espectáculos en Santiago y Valparaíso.” (Iturriaga 2015, p.48). En Santiago se podían encontrar el Apolo, Brasil, Ideal, Victoria, Politeama, Zigzag, San Diego, Sucesos, Andacollo, Independencia, París y Alameda. De estos, el Zigzag compartía barrio con el Apolo (San Pablo esq. García Reyes) el Brasil a un costado oriente de la plaza, más alejado del barrio se encontraban el Alameda en República, el Politeama al otro lado de la Alameda en dónde hoy está el Portal Edwards y el Ideal, en Quinta Normal.
Jorge «Coke» Délano, el destacado caricaturista y cineasta chileno, vivía en el barrio Yungay, en calle Catedral. Su familia tenía grandes talentos musicales, sobre eso recuerda “Mis hermanas se lucían en conciertos de beneficio en el Municipal, y la familia Délano Frederick era considerada como una de las más talentosas de Santiago.” (…) Por lo espectacular de la anécdota y por cuanto nos cuenta de este teatro y del barrio, lo citamos aquí en extenso:
“Mientras el resto de la familia cultivaba la música clásica, yo me había hecho amigo del pianista del Teatro Zig-Zag, de la Plaza Yungay. La sala era una especie de bodegón impregnado del desagradable aroma que exhala el “pichí” de gato y donde las pulgas asaltaban a los asistentes con avidez de políticos en busca de votos. Panchito, el pianista, una vez obscurecida la sala para empezar la proyección de las vistas, me cedía su asiento ante el desafinado piano, y yo seguía con la interpretación musical de las películas. En seguida Panchito abandonaba discretamente el teatro, y encaminaba sus pasos a alguna filarmónica, en donde se ganaba sus “cortes” extras.
Debo advertir que yo no sabía una nota de piano y me batía a puro oído, tratándose seguir el estilo del maestro Navarrete, pianista español del Teatro Royal, de moda en aquella época. Como no podía ejercitar mis atroces melodías en casa, por temor de escandalizar a mis hermanas, ensayaba en el propio teatro después de salir del colegio.
Había en mi repertorio románticas melodías para las escenas de amor de la Bertini, alborotadas tocatas con que animaba las continuas caídas de “Sánchez”, y marchas marciales para el noticiario en que Guillermo II revistaba sus tropas. Todo esto lo hacía para entrar en el teatro sin pagar, porque ya mi afición al séptimo arte era incontenible.
El público no exigía calidad en los acompañamientos musicales de las vistas; pero era implacable en cuanto a persistencia y sonoridad. Cuando el “maestro”, ya fuera por rascarse o tomar aliento, dejaba un instante de tocar, era acosado por una estrepitosa rechifla. Más de una vez, al dejar el teclado para leer los interminables letreros intercalados entre las escenas, sentí la ruda protesta desencadenada a mis espaldas. Aterrorizado, entonces, arremetía con renovado ardor machacando las desvencijadas teclas del piano de Panchito, amarillentas como la dentadura de un fumador consuetudinario. Dijérase que el piano reemplazaba a los diálogos del cine sonoro de nuestros días, porque las protestas de hoy, cuando el sonido de la proyectora se descompone, son iguales a las de entonces, cuando el pianista dejaba de tocar. Por supuesto que mi musical familia no sospechaba que yo era el único músico profesional que había entre sus miembros.
Una noche, a la hora de los postres, sonó la campanilla de la puerta de calle. La sirvienta, después de abrir, llegó al comedor con el siguiente recado:
-Un caballero que viene en coche, pregunta si está el “maestro” del piano.
– Dígale al señor – ordenó mamá – que debe estar equivocado, porque aquí no vive ningún “maestro” de piano.
Me levanté bastante azorado y expliqué a mi familia que era a mí a quien buscaban. Abandoné tan precipitadamente el comedor, que no tuve tiempo de observar la estupefacción de mis parientes. El administrador del teatro, en persona, había venido a buscarme para que lo sacara de un tremendo apuro. Panchito no aparecía y el público estaba armando la más estruendosa algazara porque la función, sin música, no podía empezar. Accedí ante las súplicas del desesperado empresario y trepamos a la victoria, que nos condujo a todo galope.
Dudo que algún “pianista” haya sido recibido con una ovación más entusiasta al entrar en el palco escénico. Interminable me pareció mi viaje por el pasillo central hasta el piano. Una vez sentado en el piso, aguardé con ansiedad que la sala se obscureciera para empezar mis incalificables interpretaciones. Pero, ¡horror de horrores! ¡El programa anunciaba la infaltable “sinfonía por la orquesta”!
El violín y el clarinete me saludaron con el respeto que se debe al maestro, y uno de ellos, pasándome un álbum de música, me preguntó qué pieza deseaba tocar. Mientras tanto, el público permanecía en recogido silencio, aprestándose para escuchar la esperada sinfonía.
– Yo no toco por música – les expliqué a los integrantes del trío -así es que síganme como mejor puedan.
La modulación de mi voz debe haber tenido la entonación con que el héroe les gritó a sus soldados: “¡Los que sean valientes, que me sigan!”
Mis torpes dedos “chapurrearon” un vals de moda. El violín y el clarinete hicieron esfuerzos desesperados para acompañarme. Yo traté de abreviar en lo posible esta sinfonía que posiblemente hoy habría sido considerada como una obra maestra de música moderna, dejándola más inconclusa de lo que Schubert dejó la suya.” (Délano, 1954, p.93).
Con menos de 15 años, el adolescente ya demostraba sus dotes artísticos e intelectuales que lo llevarían a ser el creador del personaje Verdejo, ídolo de caricaturas y películas, así como director de Norte o sur (1935), considerada como la primera película sonora chilena, además de recibir el Premio Nacional de Periodismo en 1964.
Volviendo al teatro Zigzag, en 1910 la revista cultural La Hoja Teatral comentaba “Para el lunes 20 del presente (junio) la Empresa de este teatro dará una gran función de moda amenizada por una escogida banda de música i se quemarán frente al teatro hermosas piezas de fuegos artificiales.” “Se exhibirán todas las vistas del Centenario Arjentino” (Nº 16, 18 junio 1910, en Gracia, pp.47-48.).
Parece ser que hay una coincidencia de nombre con la famosa magazine ya que ésta misma, con fecha 22 de enero de 1910, publica una foto del exterior y del interior de la sala y una foto de los empresarios “leyendo la revista cuyo nombre se ha tomado”. La publicación agrega unos escuetos párrafos que acompañan las fotografías:
“con este nombre ha estrenado últimamente en la Plaza de Yungay, un pequeño pero alegre teatrito, en cuya construcción se ha consultado tanto el buen gusto como la seguridad de los asistentes, pues cuenta con cuatro salidas.
Actualmente está ocupado por un biógrafo, cuyo local, según los buenos propósitos de la empresa para satisfacer al público, será sin duda, el punto de reunión de los vecinos.” (Zig-Zag n°254, 1 enero 1910, p.45).
Podemos saber más de las estrategias que implementaba este cine para atraer la publico de Yungay mediante el análisis del historiador Jorge Iturriaga. “Conózcase, por ejemplo, la estrategia del biógrafo Zig Zag, de Plaza Yungay, en 1910. No se trataba sólo de mimar al público, sino sobre todo de diversificarlo en términos de género y edad”. Dentro de varias medidas competitivas entre por 1910” (Iturriaga, 2015, p.50). Estas formas funcionaron, ya que sabemos que ya para 1913 era reconocido como un biógrafo, y que ya habían otros 49 en la ciudad.
El Zig Zag dejó de publicitar su cartelera en El Mercurio en 1929, pareciera ser que como le sucedió al Electra, no se pudieron recuperar del gran quiebre de la bolsa en EE.UU. que afectó profundamente a Chile, perdiendo el 80% de los ingresos por exportaciones. El sacerdote Fidel Araneda sentencia “construido a fines del pasado siglo, [en este teatro] se dieron películas y ensayaban los artistas aficionados hasta que la sala fue destruida por un incendio en 1954 o 1955.” (1972, Cap X).
Memorias
“Un padrino mío que llegó a Chile en el 1890 y algo, llegó precisamente a la plaza Yungay y de alguna manera se instaló ahí y fue propietario cuando ya se estaba cerrando, terminando su carrera de teatro de esto de cine y de teatro de barrio y se había transformado, o se transformó estando mi tío nunca supe esa cosa en salón de billares. Claro por ahí un paréntesis o una etapa fue salón de billares. Parece que ya lo compro en los estertores del teatro porque una prima mía de esos años mayor que, se acordaba que cuando iban a ver lo del tío en el teatro salían y compraban una campana fuera pa que la gente de la plaza supiera que iba empezar una función. No sé si fue propietario del cine.” Entrevista a vecino que nació en 1936.
Bibliografía
Fidel Araneda Bravo, Crónica del Barrio Yungay, Santiago, Impreso por Carrión e Hijos Ltda, 1972.
García, Juan Carlos. Teatros y cines de Santiago poniente, Manuscrito inédito.
Iturriaga, Jorge, La masificación del cine en Chile, 1907-1932: la conflictiva construcción de una cultura plebeya. Lom, 2015.
Jorge Délano, Yo soy tú, Santiago, Zig-Zag, 1954, p. 93
Zig-Zag n°254, 1 enero 1910, p.45.